The Abandoned

enero 26, 2008 at 5:21 pm (TokyoPop)

 

El género de zombies está de moda, o al menos eso parece deducirse de lo que nos vienen ofreciendo últimamente medios como el cine o el cómic. Así, cuando algo se sale de la norma habitual de sangre y cascajo bien vale detenerse un momento y prestarle un poco de atención. Como me ha sucedido recientemente con The Abandoned, un cómic firmado por Ross Campbell y publicado en Estados Unidos por TokyoPop.

A Campbell le hemos conocido recientemente por estos lares después de que Norma editorial publicara el primer volumen de su Wet Moon, serie actualmente en curso en Yankilandia y con la que The Abandoned comparte algunos puntos en común. Con anterioridad habíamos podido ver alguna que otra ilustración para el juego de rol Exaltado.

The Abandoned apareció inicialmente publicitada como una serie de tres volúmenes de los que finalmente sólo aparecería el primero (desconozco si el autor tiene previsto continuarla algún día) y constituye un buen ejemplo de lo que os comentaba al principio.

La historia nos sitúa en las cercanías de Savannah, en el sureño estado de Georgia y tiene como protagonistas a diversos jóvenes que se ven envueltos en una situación de pesadilla: a raiz de una noche durante la cual un huracán azota la pequeña población todo habitante por encima de los 23 años pasa a convertirse en un muerto viviente de forma completamente inexplicable. Así comienza la lucha por la supervivencia de Rylie, la heroína principal, y de sus amigos.

Sí, en efecto, estamos ante una historia de zombies, pero no al uso, ni mucho menos. De hecho, el autor parece estar más interesado en presentar un grupo de personajes y establecer entre ellos relaciones que puedan resultarnos convincentes, un poco en la línea que ya hemos podido ver en otra serie que se ha ganado el favor del público lector, y que no es otra que Los muertos vivientes, de Robert Kirkman. Otro detalle original reside en la misma naturaleza del grupo protagonista, integrado por jóvenes que o bien todavía se encuentran en la adolescencia o bien apenas la han pasado, a incluir, al menos en lo que respecta a algunos de ellos, dentro de ese segmento de población estadounidense conocido como white trash, y cuya estética, si bien se halla influída por la que encontramos en Wetmoon, se caracteriza por cierto toque grungie. Por otro lado, debe destacarse el peso que ostentan las relaciones personales en el tebeo, a mencionar específicamente la naturalidad con que se trata el tema de la homosexualidad.

Todos estos factores aunados al buen hacer de Campbell consiguen involucrar al lector en la trama, al tiempo que le ayudan a entender mejor todo lo que está pasando. El único problema es el ritmo narrativo, que considero un poco lento en la primera parte del cómic, donde se presenta a los personajes, si bien enseguida adquiere dinamismo y acaba finalmente por deparar un buen balance entre momentos de acción frenética que llegan a manifestar una elevada carga dramática y momentos de reposo donde la atención se desplaza a las relaciones personales.

En el plano gráfico me gustaría poner de relieve la habilidad narrativa del autor, así como la crudeza con que plasma la violencia. En este aspecto preciso el autor se rinde a las convenciones gore del género, detalle que adquiere un gran relieve si consideramos que el cómic está impreso a dos tintas, negra y roja.

En fin, una buena historia de zombies que no va exactamente sobre lo de siempre, o sea, matar zombies, sino que se parece más a un slice of life con no muertos de por medio.

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Batman de David Lapham

enero 24, 2008 at 2:51 pm (Planeta)

 Tengo personajes a los que de tanto en tanto me gusta volver. Batman es uno de ellos. Resulta curioso, y en cierta manera incomprensible, comprobar cómo una y otra vez acabo por regresar a él. Más que nada porque generalmente la lectura me resulta decepcionante en uno u otro sentido. Como me pasó hace unos pocos meses con el Monster Men de Matt Wagner. Pero no importa. Me digo que lo próximo será mejor, si bien sé que no es fácil debido a la edad del personaje. No sólo le pasa a él. Superman es otro que tal baila. Ambos llevan muchos años saliendo en los tebeos, habiendo protagonizado grandes historias creadas por autores de igual talla, de forma que cada vez es más difícil encontrar un tebeo que sea original, al menos en parte, y que además cuente con la fuerza expresiva que pudo tener en su momento un Year One, por ejemplo. O sea, uno de esos cómics que te devuelven a un tiempo y a un lugar en el que todavía sabías qué significaba ser un héroe, y lo que todavía era mejor, alucinabas con ellos.
Y porque casi me calificaría como idealista incorregible (lo cual es bastante estúpido hoy en día), decía que, en este aspecto, siempre espero que mi siguiente lectura sea mejor. De hecho, deseo que sea así. Que un día encuentre un tebeo de Batman que no me haga cuestionarme el sentido de seguir leyéndole.
Y entonces llega a mis manos la etapa en Detective Comics de David Lapham. ¿Pasaría mi examen?

A David Lapham le conocía por sus Balas Perdidas (La Cúpula), así que cuando me enteré que había escrito un arco argumental para Detective Comics no pude sino ilusionarme. Y resulta que Ramón Bach, había sido el elegido para ilustrar sus guiones. Uah, that was a must-read!
La saga fue desarrollada en Yankilandia a lo largo de los números 801 al 808 y del 811 al 814 de Detective Comics, cómics que Planeta ha publicado en tres volúmenes (del siete al nueve) de su serie regular dedicada al vigilante de Gotham.
En Ciudad del Crimen, historia en doce partes, parece evidente quién cobra especial relevancia junto a nuestro héroe. Sí, su reino, Gotham, cuyas raíces se hunden en el mismísimo infierno. Lapham parte de la injustamente olvidada Gotham, relegada las más de las veces a ser simple escenario, para insuflarle vida, un alma enferma que la troca en monstruosa aberración, pulsante, despiadada, terrible. La ciudad es, ahora más que nunca, una jungla de asfalto de una magnitud espantosa. Y las personas que residen en ella no pueden esperar librarse a su pérfido influjo, capaz de arrastrarles en una vertiginosa, descendente espiral de desesperación que no conduce sino a la muerte cuando no a un destino acaso peor. Lapham recurre a ese mundo que conoce tan bien y que le dio a conocer. Una ambientación propia de una serie negra sucia, cruda, mezclada con algo de pulp. Estas líneas maestras impregnan la historia y cada uno de sus componentes. Las miserias de la condición humana que encontramos documentadas por doquier, nos proporcionan una perspectiva más realista de lo que viene a ser habitual en un tebeo de superhéroes, aunque no nos engañemos, los convencionalismos del género siguen estando ahí.
Aun así, el resultado es peculiar, y en lo que a mí respecta, hasta chocante. Probablemente se deba a mis anteriores lecturas de otros cómics de Batman, donde la concepción del vigilante era más clásica, más apegada a su faceta mítica. En comparación, esta Ciudad del Crimen es un jarro de agua fría (aunque, como digo, sigue siendo un simple cómic de superhéroes, con todo lo que ello implica). Precisamente en lo que respecta a Batman, Lapham incorpora un enfoque interesante, el del héroe falible, tema que está presente desde las primeras páginas que abren la saga. El hombre murciélago se ve forzado a aceptar sus limitaciones, y todos sabemos cómo es Wayne… En efecto, lo que para el común de los mortales es algo habitual, para Batman supone un esfuerzo sobrehumano. El héroe, enfrentado a su error, trata por todos los medios de compensar el mal que no ha podido evitar, cayendo en una dinámina malsana, obsesiva, en la que a una resignación dictada por las circunstancias le sigue un arrebato incontrolable de rabia coronado por una súbita explosión de violencia catárquica que permite devolver las aguas al curso de la aceptación. Por otro lado, a esta perspectiva del personaje cuanto menos interesante, Lapham suma, y de paso recupera, el carácter detectivesco que da nombre a la colección. Batman es, en efecto, un detective con un caso que solucionar. El problema es que no está a la altura de su excelente fama como tal, lo cual nos remite a la historia.
Independientemente de las motivaciones que muevan a Batman en esta Ciudad del Crimen, lo cierto es que Lapham nos presenta un enigma que nuestro héroe deberá resolver. Un enigma con múltiples ramificaciones que en última instancia concierne a toda Gotham. Una trama vertebradora de relativamente sencilla explicación, que se adorna en exceso, yuxtaponiendo subtramas que, en ocasiones, sólo inciden tangencialmente en aquella, cuando no son un ardid tramposo que, como todo engaño que se precie, se descubre al final. Me pregunto si la considerable extensión de la saga (recordemos, doce partes) no habrá sido el motivo para engalanar el conjunto. Lo que no deja lugar a dudas, es que nos podíamos haber ahorrado algún que otro número. Números de relleno que, todo sea dicho, sólo aportan ambientación siguiendo la línea maestra que os comentaba un poco más arriba, al tiempo que ponen en evidencia las dotes detectivescas de nuestro protagonista hasta tal punto que casi resulta ridículo. Otro problema, éste acaso más acuciante que el de la paja, es el de una parte de la resolución, centrada en el desenmascaramiento del villano que ha traído de cabeza al pobre Bats. ¿Por qué después de marear tanto con este nuevo enemigo, que responde al nombre de El Cuerpo, no nos dejan claros sus antecedentes así como los pormenores de su plan? Qué queréis que os diga, pero me sabe a desenlace precipitado. Y si a todo ésto le añadimos una estructura narrativa fallida, donde las subtramas se entremezclan en una maraña confusa de la que participan excesivos secundarios, y un ritmo narrativo irregular, el resultado es un guión que, sin hacer agua del todo sí que acusa sus defectos de forma evidente, y no sólo durante la lectura sino que también una vez finalizada la misma. 

Por todo ello, sorprende este trabajo de Lapham, habida cuenta de otras obras suyas que había podido leer. Menos extraño me resulta el control que DC ejerce sobre la mayor parte de los autores que abordan su universo, saco en el que debemos incluir a Lapham, y que le obliga a echar mano de algún que otro truco tramposo. Una verdadera lástima.
Pero no todo van a ser reproches. La historia, pese a todo, se deja leer, y a mí personalmente me enganchó, si bien, a medida que transcurría la acción y se iban desvelando secretos (ese homenaje a la novela de Jack Finney, adaptaciones cinematográficas aparte), mi interés fue disminuyendo, y reconozco que al final deseaba que acabara ya de una vez.
Por lo que respecta al dibujo, al parecer Lapham se ocupó presuntamente de los bocetos, que Ramón Bachs acabó de perfilar, si bien me gustaría saber a qué se están refiriendo con layouts porque muy poco del autor de Balas Perdidas veo yo en esta Ciudad del Crimen. De una forma u otra, Bachs realiza un buen trabajo, en consonancia con ese carácter al que he aludido un poco más arriba donde la ambientación pasa de ser mero telón de fondo a casi un personaje más.
En resumidas cuentas, una nueva decepción que se suma a las últimas lecturas que he hecho del personaje. Y pese a todo, sigo con ganas de leerme alguna cosilla más del Señor de la Noche. Lo dicho, masoca.

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Maiwai

enero 17, 2008 at 11:11 pm (Glenat)

Minetaro Mochizuki, autor de la conocida serie Dragon Head así como del one shot La Mujer de la Habitación Oscura nos ha sorprendido a todos con su nueva serie, Maiwai. Y es que pocos habrían imaginado que un autor responsable de aquellas dos obras sería capaz de ofrecernos algo tan desenfadado como esta serie abierta de periodicidad bimestral.
El título es una incógnita en sí mismo, aunque nada más empezar a leer se nos desvela su significado. Maiwai es una festividad japonesa que se celebra cuando un pescador captura una pieza extraordinaria, invitándose a amigos y compañeros del gremio. El término sale a colación del abuelo, ya fallecido, de la joven protagonista del cómic, la peculiar Funako Yamato; el último pescador con que contó la familia había pescado un increíble atún que pasó a designar la residencia familiar como el Palacio del Atún, donde nuestra heroína adolescente vive sola junto a su padre, ya que perdió a su madre cuando apenas era una niña.
Aludir a Funako como una chica peculiar no es, ni mucho menos, gratuito. En el lecho de muerte de su madre le prometió que sería fuerte, promesa que ha mantenido al pie de la letra, para desconcierto de su sufrido padre, que ve como con quince años su hija ya es capitana del equipo de lucha libre del instituto. Nadie que reparara en su delicada figura se imaginaría que Funako cuenta ya en su haber numerosos títulos relacionados con disciplinas de lucha. Pero la chica resulta ser extraña a ojos de sus compañeros: Siempre está hablando del mar, del que su abuelo le contaba numerosas historias, y un inexplicable dolor en el pecho le hace protagonizar más de un malentendido en público. ¿Son esas punzadas indicativas de algo más allá de un desorden físico? Eso parece dejarnos entrever el autor, al referirnos en una introducción las ansias del hombre por descubrir lo desconocido, por lanzarse a la aventura, por hollar aquellos parajes nunca antes pisados por sus semejantes, inquietud que parece que llevó al abuelo de Funako a dar con un hallazgo colosal, para nada comparado con ese mítico atún de media tonelada que le arrebató al proceloso océano, un secreto que se llevó a la tumba pero que pugna por salir a la luz. Y ahí entra nuestra joven luchadora…
Maiwai podría ser definido como un seinen de aventuras, si bien da la sensación de ser un batiburrillo de géneros diversos que Mochizuki se moría por abordar, donde el humor y la parodia se constituyen como elementos vertebradores de la acción. Por ejemplo, ¿conocéis a Yawara? Es una serie sobre una judoka, del mismo autor de Monster y 20th Century Boys, que cuenta con versión anime (Ginger o Cinturó Negre). Pues bien, Funako se parece, salvando las distancias, a esa judoka (de hecho hay un guiño a ese manga en el primer volumen de Maiwai). Pero también Ranma 1/2 parece estar parodiada en las páginas de este cómic, en uno de esos enfrentamientos masivos donde todos los clubs del instituto se echaban encima de uno de los protagonistas para ser invariablemente vapuleados. Estos dos ejemplos nos dicen bastante de las intenciones del autor, una de las cuales es reírse de los tópicos presentes en los mangas de peleítas, lo cual nos puede ayudar a entender, entre otras cosas, por qué le estamos viendo las braguitas a Funako todo el tiempo. Ahora bien, el humor también es pieza fundamental del discurso del autor. El cómic, por encima de cualquier consideración paródica, es divertido una vez entras en el juego del autor. ¡Quien hubiera dicho que veríamos algún día a Mochizuki en un cómic humorístico! El cambio de registro que ha llevado a cabo con Maiwai es, después del thriller de Dragon Head y la incursión en el terror japonés más clásico de la mano de La Mujer de la Habitación Oscura, digno de alabanza, al tiempo que es algo que no suele darse muy a menudo.
Sin embargo, pese al carácter naive que pueda poseer Maiwai, la serie presenta algún que otro rasgo que la sitúa un paso más alla del mero entretenimiento. Con ello me refiero, concretamente, a una escena bajo el mar que, salvando las distancias, me recordó un video musical de los Chemical Brothers, el compuesto para su tema The Test. En dicha escena, Funako desciende, inconsciente, en el seno oceánico, cruzándose con diversas especies animales, hasta ser arrastrada por una manada de ballenas, momento en el que recobra el conocimiento. Cierto componente entre onírico y poético impregna la escena, matiz que se retoma un poco más adelante y que quizás apunte hacia un aspecto de la trama todavía por desvelar.

El estilo de dibujo es el mismo al que nos tiene acostumbrado el autor, más tendente al realismo de lo que se acostumbra en el manga, si bien introduce algo de caricaturización con una clara finalidad humorística. La expresividad de Funako no va muy lejos que digamos, pero el resultado es satisfactorio. Destacar el trazo limpio de costumbre, así como también el detallismo de algunos fondos.
Una nueva serie de Mochizuki creo que ya es motivo más que suficiente para dedicarle un poco de atención, máxime si el autor lleva a cabo un cambio de registro respecto a su producción anterior. Si añadimos que el cómic, ya de por sí simpático, goza de momentos realmente tronchantes, la lectura se hace recomendable siempre que nos acerquemos a ella abiertamente y sin esperar gran cosa a cambio. Y si encima, a lo largo de la travesía, resulta que descubrimos algo que nos haga pensar un poquito, creo que ya podremos darnos más que satisfechos.

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Pinche mundo

enero 15, 2008 at 10:52 pm (Polaqia)

La historia que nos cuenta Pinche Mundo es la de un hombre atormentado por sus pecados que busca la redención.
El tema viene dado por una trama inicial que se enmarca dentro del género de serie negra, pero que acaba derivando en algo que no sé muy bien cómo definir, si bien encuentro algunos paralelismos con el universo onírico de ¿David Lynch?. Es más que probable que esta comparación se deba a un delirio puramente personal, y que puede ser poco afortunada, si bien no creo que sea completamente gratuita. Aparecen una serie de personajes, secundarios de escasa o ninguna relevancia en la trama, que no pueden sino definirse como singulares en su caracterización de corte surrealista. Lo extraño convive con lo real con una naturalidad pasmosa. ¿O acaso debiéramos desconfiar de la presunta objetividad de lo acaecido al protagonista? Después de todo Santiago (que es así como se llama) no se encuentra bien. Padece un trastorno mental de tipo esquizoide y se halla bajo medicación. O puede que su problemática sea una manifestación más del sentimiento de culpa que arrastra.
Lo cierto es que a veces da la sensación que todo no es más que una construcción del subconsciente de Santiago. Sus necesidades dan forma a lo que le rodea, si bien en última instancia parece que él mismo se niega sus propia redención. Encuentro esta idea interesante, ya que puede dar lugar a una interpretación cristiana de la culpa a la que invariablemente se asocia el castigo. Iconografía cristiana no falta, desde luego, con ese Día de Muertos mexicano que está presente en una escena de funesto presagio, y en cuyo transcurso Santiago rechaza una mano que le ofrece la tan ansiada redención. Quien se la tiende, el amor.
Varios son, en mi opinión, los puntos hubieran mejorado mi impresión de Pinche Mundo:
Para empezar, a mí me resultó imposible conectar con Santi; no pudo ganarse ni mi simpatía ni mi complicidad. Lo peor es que al final casi me daba igual que le pasara esto o lo otro. Y claro, algo así afectó a mi lectura del tebeo.
Por otro lado, he encontrado tanto escenas como personajes superfluos, de escasa , si no nula, aportación a la historia. Algunas de esas escenas, de hecho, en tanto que de poca significación en el desarrollo de la acción, pueden incluso cortar el ritmo de la narración. Y que conste que con esto no me estoy refiriendo a aquellas escenas que, aunque desvinculadas de la trama principal, sí que son significativas en tanto aportan un matiz informativo destacable, ya sea a nivel argumental como de ambientación (estoy pensando ahora mismo en la visita que Santi efectúa a un curandero nativo). Pero el resultado general no es, a mi juicio, satisfactorio. La historia se ve lastrada por situaciones y secundarios que no vienen a decir nada interesante (o que cuando dicen algo es un tópico) lo cual es una verdadera lástima porque la idea central en torno a la cual gira toda la acción sí que posee interés.
Y aun es más sangrante el hecho de que se den situaciones potencialmente explotables de las que no se saca provecho. Así, por ejemplo, el grupo de personas que siguen a Santi a donde quiera que va. ¿Quiénes son? O mejor, ¿qué representan? Es plausible que encarnen el concepto de culpa que corroe a Santi. Su constante, etérea presencia podría respaldar esta idea, pero ¿acaso una aclaración en torno a su identidad no ayudaría a profundizar en la caracterización del protagonista? Quizás así acabáramos por sentir algo hacia Santi.
Entre medias, el final. Un final original y sorprendente en caliente, pero que luego, al reflexionar sobre lo que hemos leído, acaba perdiendo ese carácter, porque la suya es una originalidad en relación al momento de la historia y no cosustancial. Con este palabro lo que quiero decir, (con tino o desatino debiera decirlo quien lea estas líneas, si es que todavía hay alguien leyendo) es que no esperamos semejante desenlace, si bien éste es un final que, iniciada la digestión del cómic, no tiene nada de original o novedoso.
Pero no me gustaría cerrar esta reseña dando una impresión del todo negativa. Mi reacción en parte se debe a algunas recomendaciones que había leído por ahí que habían alentado mi interés por el cómic. Líneas que hablaban, por ejemplo, de la extraordinaria caracterización del escenario en el que transcurre la acción, México. Me habréis de disculpar, pero después de leído el tebeo todavía no acabo de ver a qué se refiere esta declaración. Es más, creo que primero habría que concretar el tema de la localización: ¿Es México o su zona fronteriza con los States? Y por lo que respecta a la caracterización de ese país nunca excede en importancia o viene a destacar especialmente frente a lo verdaderamente importante, o sea, la historia.
La conclusión que me gustaría extraer es que Pinche Mundo es una especie de road movie con reminiscencias lynchianas (Lost Highway o su reciente Inland Empire) con un potencial que, desafortunadamente, no es aprovechado. Sus virtudes, entre las que incluiría una concepción gráfica coherente con el tema principal del cómic, se ven eclipsadas parcialmente por una ejecución fallida.

Pinche Mundo,
Kike Benlloch y Diego Blanco
(Polaqia
, septiembre de 2007).
76 páginas. B/N.
PVP: 9,50 euros.

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El cadáver y el sofá

enero 8, 2008 at 7:42 pm (La Cúpula)

Pocos cómics consiguen lo que este El cadáver y el sofá. Transportar al lector en un viaje imaginario capaz de despertar ecos en su memoria, recordándole lo que significa ser, de nuevo, adolescente. A qué huele el verano, la mejor estación del año, sin duda alguna, si cuentas con la suerte de estar en esa edad. Todo ese cúmulo de incomprensibles sensaciones, ya sean excitantes, agradables como amargas, que se apoderan de uno al conocer a ese alguien especial que viene a iluminar con su sola presencia el tedio al que puede verse abocado el ocio en esos largos días de verano. Y aunque todo ello forma parte de nuestros recuerdos más íntimos, esta obra de Tony Sandoval se erige en catalizadora y precipitadora de los mismos, lo cual, como digo, no es fácil.
En El cadáver y el sofá leemos de cómo Polo conoce a Sophie. Sophie no es como ninguna chica a la que haya conocido anteriormente. Para empezar, siente una peculiar obsesión por los hombres lobo, y no cree que el que Polo diga que los defectos hacen que las cosas sean más interesantes signifique que sea un tío raro. Pronto ambos congenian, y Polo acaba descubriendo en Sophie su primer amor.
Pero el que en principio se prometía un aburrido verano acaba convirtiéndose en toda una aventura al encontrar Polo, por casualidad, el cuerpo de Christian, un chico que había desaparecido recientemente, y cuya muerte puede estar relacionada con un sofá abandonado, desde el cual nuestra pareja protagonista asiste al proceso de descomposición del fallecido al tiempo que empiezan a hacerse preguntas sobre su muerte. Quién sabe, quizá tenga algo que ver con ese lobo al que han visto rondar por las inmediaciones…
A pesar de lo que pueda aparentar, el cómic no se queda en una mera trama de misterio, sino que explora, en paralelo, la relación de Polo y Sophie a lo largo del verano. Es interesante constatar cómo se nos presenta esta relación, cuyo curso puede conectarse simbólicamente con elementos pertenecientes tanto a la trama como a la ambientación. Pienso, por un lado, en la figura del lobo y en el cadáver del infortunado Christian, mientras que por otro me gustaría resaltar el papel que desempeña el mismo verano, cuyos cambios de tiempo parecen concebidos como un indicador más del humor de los personajes participantes en la escena, a la par que ayudan a definir el curso de la acción.
Independientemente de estas consideraciones, donde el factor personal resulta esencial en su identificación (si bien creo oportuno afirmar que contribuyen muy sólidamente a la concepción global de la obra), la trama es cautivadora, atrapando al lector nada más leer las primeras páginas, y no creo poder decir nada en contra del ritmo narrativo, el cual se me antoja como perfecto. ¿Exagero? Bueno, cuando lees un cómic y no sólo te da la sensación de que todo lo que lees está ahí por algo sino que además no te das ni cuenta y ya te lo has acabado de leer… Si resulta que te pasa esto yo diría que sí, que el ritmo del tebeo es perfecto, no?
Gráficamente El cadáver y el sofá es otro acierto. Tony Sandoval tiene un estilo tan personal que, cuando vi este volumen en mi librería favorita me recordó algo vago, indefinido: Había leído algo antes de este autor y no me acordaba el qué. Pronto salí de dudas. Había sido Johnny Caronte y El revólver, lectura que todo sea dicho de paso no me acabó de convencer.
Dos son los principales elementos que me gustaría destacar del aspecto visual de la obra, dejando a parte las apreciaciones subjetivas que puede sugerirme el estilo del autor: Imaginación y Color.
Sandoval nos regala bellas imágenes, imaginativos hallazgos de claro contenido metafórico. Los sueños que tiene Polo con Sophie son un ejemplo paradigmático (capítulo cuarto, Sueño con lobos).
La aplicación del color está en consonancia con el objeto retratado, reflejando el paisaje y las distintas cualidades atmosféricas con gran efectividad, alternando escenas a color con otras a dos tintas.
Sólo se me ocurre un “pero” que ponerle a este soberbio El cadáver y el sofá, de Tony Sandoval, y es algo que no está directamente relacionado con la obra sino con los imperativos editoriales: Su precio, 20 euros. Ahora bien, creedme cuando os digo que son de los 20 euros mejor gastados en la compra de un cómic que haya hecho. Palabra!

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